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domingo, 4 de febrero de 2024

… y Valle-Inclán perdió su brazo

 Su verdadero nombre era Ramón José Simón Valle y Peña, aunque tomó el apellido de uno de sus ilustres antepasados paternos, Francisco del Va­lle-Inclán, para recomponer su nombre artístico. Nació en Vilanova de Arousa el 28 de octubre de 1866 y murió en Santiago de Compos­tela el 5 de enero de 1936.

Su relación con Pontevedra comienza desde su juventud, pues cursó el bachillerato en el instituto capitalino hasta 1885. En ese tiempo ejerció una gran influencia sobre él Jesús Muruais, siendo decisivo en su formación literaria.

En sus años de estudio en Santiago trabó amistad con el polifacético personaje florentino Attilio Ponta­nari, del que aprendería esgrima y nociones de italiano. Años después, en su estancia en Pontevedra en 1894, vuelve a coincidir con el italiano, y en el Círculo de Artesanos y en el Casino pontevedrés, Attilio y Ramón, maestro y alumno, dan exhibiciones de esgrima, de un altísimo nivel, ante el entusiasmo general.

En esa época vivió en una casa en la plaza de las Cinco Calles y aquí pu­blicó su primer libro, la colección de relatos de tema amoroso, Femeninas, en 1894, rela­cionándose con los círculos intelectuales del momento. Prolongó su estancia en la ciudad hasta 1896.

Hay una escultura de Valle-Inclán en la plaza de Méndez Núñez, donde se representa al escritor, figurativamente, abandonando la casa de los Muruais, después de acu­dir a una de sus animadas tertulias con otros intelectuales de la ciudad.

En 1896 volvió a instalarse en Madrid, allí acude a las famosas tertulias de los cafés, que se alargaban hasta el amanecer y donde se juntaba lo más granado de la Gene­ración del 98, y pronto en ellas comenzó a ser conocido por su especial temperamento. Vive la bohemia literaria modernista y pasa mucha hambre y necesidad, el lugar donde vive es de tan poco espacio que es preciso subir las sillas con poleas para poder pasar. Aunque hay quien asegura que su situación no fue tan extrema y que fue el propio Valle-Inclán quien salpicó su biografía con grandes dosis de fantasía hasta entremezclarse con la realidad.

Fue en esta época donde aconteció el hecho que nos ocupa y lo relatamos tal como, al parecer, lo contó el propio Valle-Inclán:

Fue una noche de julio de 1899, don Ramón asistió a una de las tertu­lias que se celebraba en el madrileño Café de la Montaña, en la Puerta del Sol, entre otros contertu­lios se encontraban Jacinto Benavente, el pintor Paco Sancha, Martínez Sierra, Ruiz Castillo y el cronista Manuel Bueno. En un determinado momento de la tertulia, se alude a un asunto que era comidilla en esos días por los mentideros de Madrid, al parecer se trataba de un duelo entre un artista portugués y un joven aristócrata andaluz. Valle-Inclán aprovecha la ocasión para disertar sobre el tema del honor y lo de batirse en duelo y esas cosas, la conversación fue su­biendo de tono hasta que Valle-Inclán se encara con Manuel Bueno, que conocía bien el hecho, lo contradice y lo insulta llamándolo majadero varias veces. Manuel Bueno se sintió muy ofendido y amenazó con su bastón a don Ramón y este, lejos de amilanarse, agarra una botella de agua por el cuello y se va contra su adversario en actitud agresiva, Manuel Bueno se defiende y le pro­pina un bastonazo, don Ramón detiene el golpe con el brazo izquierdo pero el pomo metálico del bastón impacta sobre el gemelo de la camisa y se clava en la muñeca del escritor, sangrando abundantemente, por ello es llevado a la Casa de Socorro, donde se le hace una cura. Días después, continuó con molestias que iban en aumento, pero no hizo caso, hasta que los dolores fueron ya insoportables. Al acudir de nuevo al médico, este, ya no pudo hacer nada por salvar su brazo, el golpe había roto un hueso de la muñeca en pequeños trozos que no fueron retirados y la gangrena había hecho acto de presencia, había infección y la única solución era la amputación. Aún en estas circunstancias surgían sus genialidades. Cuenta que no quiso que le anestesiaran y que mientras el cirujano andaba al tajo, él se fumó un puro y con su humo hacía volutas.

"No proferí un grito, ni el más leve quejido… Recuerdo que, para ver yo bien la amputación, hubo necesidad de pelarme el lado izquierdo de la barba"

A pesar de este gusto por las trifulcas, don Ramón era en general una persona afable, prueba de su buen carácter es que no tardó en hacer las paces con Manuel Bueno. Un día se le acercó tendiéndole su única mano y le dijo: "Mira, Bueno, lo pasado, pasado está. Aún me queda la mano derecha para estrechar la tuya. Y no te preocupes, que aún me queda el otro brazo, que es el de escribir".

Otro hecho anecdótico es la herida de bala que sufrió en el pie en 1901. Acosado por la penuria económica que le hace malvivir en Madrid, decide trasladarse junto a los hermanos Baro­ja a Almadén, donde hay minas de cinabrio y la gente se está enriqueciendo. En el viaje por la Mancha, que no puede ser más valleinclanesco (relámpagos, truenos, lluvia atroz y las crecidas de las aguas del río Esteras), don Ramón permanece encima del caballo con más pena que gloria. En un momento y para no caerse realiza un movimiento violento, de tal suerte que se le dispara la pistola y se hiere en el pie. Lo llevan a Almadenejo y de allí en tren hasta Madrid, acabando con mejor suerte, ya que la herida curó totalmente y no le dejó ningún tipo de secuelas.

La suya fue realmente una vida "valleinclanesca", de muchas penurias, aderezada de situaciones esperpénticas pero, como decimos, hay estudiosos de su vida que dicen que noveló su biografía como si de una de sus obras se tratase y que sus penurias no fueron tantas.

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