

Andrés crea un ambiente carnavalesco disfrazándose con pieles y cubriendo su cabeza con una careta de animal, arrastrando fuertes cadenas. De esa guisa y con aullidos lastimeros recorre las calles de la ciudad. Los vecinos de la Moureira lo identifican con el Urco, un monstruo legendario, un animal fantástico portador de malos augurios.
Fue tal la repercusión en la ciudadanía y caló tan hondo dicho carnaval que durante muchos años los pontevedreses recordaban aquella estrepitosa mascarada.
La vida de Andrés Muruais fue efímera, falleció el 21 de octubre de 1882, a los 31 años de edad y se convertirá en el primer pontevedrés ilustre que reposará en el camposanto de San Mauro, diseñado por el arquitecto Alejandro Rodríguez-Sesmero e inaugurado el 29 de septiembre de 1882.
Fue tal la repercusión en la ciudadanía y caló tan hondo dicho carnaval que durante muchos años los pontevedreses recordaban aquella estrepitosa mascarada.
La vida de Andrés Muruais fue efímera, falleció el 21 de octubre de 1882, a los 31 años de edad y se convertirá en el primer pontevedrés ilustre que reposará en el camposanto de San Mauro, diseñado por el arquitecto Alejandro Rodríguez-Sesmero e inaugurado el 29 de septiembre de 1882.

Con el forzado paréntesis de nuestra terrible Guerra Civil y tras los férreos años de prohibición durante la posguerra, llegamos al año 1949 cuando el gobernador civil don José Solís Ruiz, con fama de hombre abierto y dialogante, saltándose la prohibición gubernamental, autorizó por su cuenta y riesgo la celebración del carnaval pontevedrés, eso sí, exigió moderación y que se celebrasen en el interior de los locales de las sociedades, manteniendo la prohibición del "uso de dominós, caretas y disfraces por las calles y lugares públicos". Así quedaba nuevamente instaurado el carnaval en nuestra ciudad.
Pero el renacer del carnaval en la calle, llegará algo más de cien años después de la muerte de Muruais, en 1984, el carnaval pontevedrés vuelve a salir a la calle, y lo hace con una figura que hoy es santo y seña de nuestro carnaval, el loro Ravachol.
En la botica de don Perfecto Feijoo se celebraba la más popular de las tertulias de la ciudad, no tanto por los señores que allí se reunían, utilizando como lugar de descanso su famoso banco; sino por su propietario, don Perfecto Feijoo, afamado gaitero y fundador del "Coro Aires da Terra"; por su emplazamiento, en el punto más céntrico de la ciudad y por su popularísimo loro Ravachol, propiedad del boticario y así llamado en honor al anarquista francés François Claudius Koënigstein, que tenía ese "alias".
El famoso loro repetía lo que se le decía y también profería frases hechas que en la mayoría de los casos contenían alguna palabrota y no eran nada acordes con la seriedad de las personas a quienes se las dirigía.
En más de una ocasión salió a escena en el Teatro Principal y en el Circo Teatro, con motivo a la celebración de funciones benéficas, y el loro entablaba graciosos y divertidos diálogos con el público.
Con todo este historial es fácil imaginar la que se armó en Pontevedra el día de su fallecimiento, que tuvo lugar a finales de enero de 1913. Además tal acontecimiento coincidió con las fiestas de carnaval y tuvo unas proporciones callejeras enormes.
Una singular manifestación de duelo se creó por la muerte del ave. En un departamento de la botica, sobre una mesita, se encontraba el cadáver del loro, disecado por Paco Moya, la copiosa afluencia de amigos y extraños fue tal que se hizo necesario el trasladado del animal al salón de la sociedad Recreo Artesanos y expuesto al público, centenares de curiosos pasaron por aquel lugar.
El miércoles de ceniza por la noche se celebró una gran cabalgata dedicada a Ravachol, millares de personas acudieron a la ciudad abarrotando las calles por donde transcurriría el cortejo fúnebre. La comitiva partió de la plaza de la Herrería, donde se encontraba el Recreo de Artesanos. La marcha la rompían doce jinetes con farolas, seguían bandas de cornetas y comparsas de las que habían tomado parte en las fiestas de carnaval. El Casino y el Recreo aportaron dos grandes carrozas, los contertulios de la farmacia ocuparon otra; cerraba el cortejo la banda municipal, grupos de máscaras y carruajes diversos.

El loro Ravachol fue enterrado en la finca "El Padronelo", propiedad del boticario, en la zona de Mourente, rodeada de mirtos y camelias.
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