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miércoles, 14 de febrero de 2024

El carnaval pontevedrés, Muruais, Solís, un loro y un anarquista francés


 Sin lugar a dudas como punto de inflexión en el carnaval pontevedrés deberíamos de considerar el año 1876, y al extrovertido, emprendedor y amante de todo tipo de actividad cultural, Andrés Muruais, como gran divulgador de los mismos, quien junto con su hermano Jesús y un grupo de personajes relevantes de la vida intelectual pontevedresa toman la iniciativa y unos meses antes de la fiesta hacen correr la noticia de que un ser monstruoso recorre diversos lugares de la ciudad, cunde el miedo y el terror, incluso entre los vigilantes nocturnos. 
Andrés crea un ambiente carnavalesco disfrazándose con pieles y cubriendo su cabeza con una careta de animal, arrastrando fuertes cadenas. De esa guisa y con aullidos lastimeros recorre las calles de la ciudad. Los vecinos de la Moureira lo identifican con el Urco, un monstruo legendario, un animal fantástico portador de malos augurios
Fue tal la repercusión en la ciudadanía y caló tan hondo dicho carnaval que durante muchos años los pontevedreses recordaban aquella estrepitosa mascarada.
La vida de Andrés Muruais fue efímera, falleció el 21 de octubre de 1882, a los 31 años de edad y se convertirá en el primer pontevedrés ilustre que reposará en el camposanto de San Mauro, diseñado por el arquitecto Alejandro Rodríguez-Sesmero e inaugurado el 29 de septiembre de 1882.
 Promovió seguramente el dicho de que los pontevedreses no se mueren, sino que un día deciden, sin más, trasladarse a San Mauro. 
Con el forzado paréntesis de nuestra terrible Guerra Civil y tras los férreos años de prohibición durante la posguerra, llegamos al año 1949 cuando el gobernador civil don José Solís Ruiz, con fama de hombre abierto y dialogante, saltándose la prohibición gubernamental, autorizó por su cuenta y riesgo la celebración del carnaval pontevedrés, eso sí, exigió moderación y que se celebrasen en el interior de los locales de las sociedades, manteniendo la prohibición del "uso de dominós, caretas y disfraces por las calles y lugares públicos". Así quedaba nuevamente instaurado el carnaval en nuestra ciudad.
Pero el renacer del carnaval en la calle, llegará algo más de cien años después de la muerte de Muruais, en 1984, el carnaval pontevedrés vuelve a salir a la calle, y lo hace con una figura que hoy es santo y seña de nuestro carnaval, el loro Ravachol.
En la botica de don Perfecto Feijoo se celebraba la más popular de las tertulias de la ciudad, no tanto por los señores que allí se reunían, utilizando como lugar de descanso su famoso banco; sino por su propietario, 
don Perfecto Feijoo
, afamado gaitero y 
fundador del "Coro Aires da Terra"; por su emplazamiento, en el punto más céntrico de la ciudad y por su popularísimo loro Ravachol, propiedad del boticario y así llamado en honor al anarquista francés François Claudius Koënigstein, que tenía ese "alias"
El famoso loro repetía lo que se le decía y también profería frases hechas que en la mayoría de los casos contenían alguna palabrota y no eran nada acordes con la seriedad de las personas a quienes se las dirigía
En más de una ocasión salió a escena en el Teatro Principal y en el Circo Teatro, con 
motivo a la celebración de funciones benéficas, y el loro entablaba graciosos y 
divertidos diálogos con el público.
Con todo este historial es fácil imaginar la que se armó en Pontevedra el día de su fallecimiento, que tuvo lugar a finales de enero de 1913. Además tal acontecimiento coincidió con las fiestas de carnaval y tuvo unas proporciones callejeras enormes.
Una singular manifestación de duelo se creó por la muerte del ave. En un departamento de la botica, sobre una mesita, se encontraba el cadáver del loro, disecado
 por Paco Moya, la copiosa afluencia de amigos y extraños fue tal que se hizo 
necesario el trasladado del animal al salón de la sociedad Recreo Artesanos y expuesto al público, centenares de curiosos pasaron por aquel lugar.
El miércoles de ceniza por la noche se celebró una gran cabalgata dedicada a Ravachol, millares de personas acudieron a la ciudad abarrotando las calles por donde transcurriría el cortejo fúnebre. La comitiva partió de la plaza de la Herrería, donde se encontraba el Recreo de Artesanos. La marcha la rompían doce jinetes con farolasseguían bandas de cornetas y comparsas de las que habían tomado parte en las fiestas de carnaval. El Casino y el Recreo aportaron dos grandes carrozas, los contertulios de la farmacia ocuparon otra; cerraba el cortejo la banda municipal, grupos de máscaras y carruajes diversos. 
Se disolvió la comitiva en los Jardines de Vincenti y en el Teatro Circo se celebró un festival humorístico. Toda la prensa regional dedicó reseñas, crónicas y versos a tan querido y distinguido animal.
El loro Ravachol fue enterrado en la finca "El Padronelo", propiedad del boticario, en la zona de Mourente, rodeada de mirtos y camelias.

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