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viernes, 16 de marzo de 2018

¿Por qué los marineros llevaban un arete de oro en la oreja?


Conozco dos versiones sobre esta cuestión. La primera es la que más he oído, y hace referencia a que los marineros, en los siglos XVIII y XIX, acostumbraban a “decorar” su cuerpo según las proezas náuticas que lograban. Así se tatuaban a Neptuno, sirenas, anclas, rosas de los vientos, etc., según surcaban mares, doblaban cabos, cruzaban estrechos, etc. Pero los que conseguían doblar el cabo de Hornos, situado en el extremo meridional de América del Sur, por su peligrosidad y el gran número de naufragios que allí se producían, orgullosos de ello y para que la hazaña quedara reflejada de por vida, se colgaban en su oreja izquierda un pendiente en forma de aro. La costumbre se extendió con rapidez como símbolo de valor y temeridad. Hay quien sostiene que dos puntos más en el globo completaban esta proeza y eran doblar el cabo de Buena Esperanza, al sur de África, que algunos afirman que otorgaba el privilegio de poder llevar un pendiente en la  oreja derecha, y el paso de York, en Oceanía.
Pero hay otra historia, que explica porqué los marinos de la época llevaban al menos un pendiente de oro macizo. Los hombres embarcaban por años y muchos temían no regresar a casa. Podían morir en cualquier puerto de fiebres, disentería, o de una puñalada, y el pendiente de oro les aseguraba un entierro digno si morían en tierra. Y si era en el mar donde entregaban su alma, algún fiel amigo que lograse regresar, podría llevar la joya a su familia y paliar en algo la miseria y el dolor de estos.

miércoles, 14 de marzo de 2018

El Síndrome de Stendhal

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Dicen que el novelista francés Stendhal visitó Florencia en 1817, tratando de no perderse ni un detalle para su diario. Pasó todo un día admirando iglesias, museos y galerías de arte y se conmovió a cada paso con el derroche magnífico de cúpulas, frescos, estatuas y fachadas. Pero de pronto, al entrar en la majestuosa iglesia de Santa Croce, se sintió aturdido, con palpitaciones, vértigo, angustia y una sensación de ahogo que lo obligó a salir para tomar aire. El médico que lo revisó le diagnosticó "sobredosis de belleza" y desde entonces ese síntoma se conoce como "Síndrome de Stendhal".

lunes, 12 de marzo de 2018

El guardián entre el centeno ¿El libro de los asesinos?


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La novela de Jerome David Salinger, “El guardián entre el centeno”, fue publicada en el año 1951, y desde entonces se ha visto envuelta en el escándalo y el misterio. No precisamente por su contenido que para su época hablaba con demasiada claridad sobre la codicia, los vicios, la sexualidad y la delincuencia, sino por los acontecimientos que aparentemente han surgido a raíz de ella, lo que contribuye a que desde su publicación se continúen vendiendo miles de libros cada año en todo el mundo.


Sin duda la más conocida es la situada en la entrada al edificio de apartamentos Dakota, en Nueva York, en el que Mark David Chapman arrebató la vida a John Lennon. 

Tras haber cometido el asesinato, Chapman se quedó en el lugar, sacó su ejemplar de “El guardián entre el centeno” e intentó leer la novela hasta que llegó la policía y lo detuvo.

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Otros de los asesinos que han sido relacionados con la lectura de este libro son: Charles Manson; Lee Harvey Oswald, presunto asesino de John F. Kennedy; John Hinckley Jr., quien intentó matar a Ronald Reagan; y Sirhan B. Sirhan, quien fue arrestado por el asesinato de Robert F. Kennedy. Todos ellos confesos de haber sido influenciados fuertemente por “El guardián entre el centeno”.
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Se ha mencionado en varias ocasiones que el libro tiene mensajes ocultos los cuales activaban puntos específicos del cerebro en las personas que eran sometidas a los experimentos y sesiones de hipnosis.


Muchos creen que estas afirmaciones son ciertas, pues algunos asesinos relacionados con la obra de Salinger también tuvieron una relación con la CIA, como Chapman, Lee Harvey Oswald y John Hinckley Jr.


sábado, 10 de marzo de 2018

Leyenda de los Aldao–Maldonado


Existen diversas versiones sobre este acontecimiento y si bien varía la historia, el final es el mismo. El hecho nos narra como un miembro de la familia de los Aldao, Hernán o Nuño (hay discrepancias) Pérez de Aldao, se convierte en el fundador del apellido Maldonado y toma por armas nobiliarias las que el rey de Francia le concedió (cinco flores de lis colocadas en sotuer).

 Se desconoce con exactitud la fecha en cuestión, pero este acontecimiento estaría englobado entre la segunda y quinta Cruzada, alrededor de los años 1147-1221.

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Don Hernán Pérez de Aldao se encontraba gravemente enfermo y se encomendó a la virgen, prome­tiendo visitarla si le devolvía la salud. Apenas mejoró un tanto, se puso en cami­no desde Galicia hacia las ásperas montañas de Cataluña. Con el cansancio y las molestias de tan largo viaje se recrudeció su dolencia, por lo que al llegar fue preciso ponerle una cama en uno de los ángulos de la iglesia para que pudiera hacer la novena que había ofrecido. Llegada la fiesta de la Natividad de la Virgen, el 8 de septiembre, se llenó por completo el templo de fieles deseosos de presenciar las ceremonias litúrgicas. Uno de los peregrinos, llamado Guillermo, Duque de Nor­mandía, sobrino del rey Felipe de Francia, no hallando otro lugar más despejado de gentes en toda la iglesia que aquel donde estaba la cama del mencionado don Hernán o Nuño Pérez de Aldao, se permitió la libertad de ponerse de pie en ella para ver mejor las ceremonias, agraviado don Hernán, tanto por la molestia que le causaba el Duque como por su falta de atención, le dijo:

“- Os ruego, en cortesía, caballero, busquéis otro sitio en que mejor po­dáis estar, que vuestros pies me incomodan”
A lo que contestó el Duque Guillermo con altanería:
“- No te incomodarían si supieses quien soy. “
Replicándole el enfermo:
“- Tu también, si me conocieses, me harías más cortesía.”
Pero, lejos de ceder, volvió a contestarle el Duque:
“-No me des ocasión para que ponga los pies de modo que los sientas.”
Estas palabras acabaron de agraviar al de Aldao, y lleno de indignación, replicó al Duque:
“-Prometo que si esta Señora, a cuya devoción vine, me escapa de lo que padezco, iré a tomar enmienda de la injuria recibida en su casa.”
Pero escarne­ciendo el Duque la amenaza, la desechó riéndose.

Sanó el de Aldao y convocó a sus más principales parientes, manifestán­doles su desafío y queja. Todos ofrecieron asistirle, arriesgando sus vidas y gas­tando sus haciendas, y acordaron dar cuenta al rey don Alonso, que se hallaba en Burgos, a donde fueron a pedir amparo.

Enterado su Majestad ofreció su favor, enviándolo como embajador ante el rey de Francia, para que le asegurase que Hernán Pérez de Aldao era tan principal caballero, que podía desafiar a otro cualquiera de los de Francia, sin exceptuar ninguno por preeminente que fuese, y que bajo su amparo no permitiese se le hiciera superchería.

Fue recibido Hernán y sus parientes con benigno agrado del rey Felipe, y reunidos los Grandes de Francia se refirió el suceso. El Duque Guillermo pidió perdón, mas Hernán propuso se postrase, en castigo de su ignorancia, y consintiera le pusiese los pies encima. El Duque no consintió y Hernán suplicó al rey terminase su querella por desafío, señalando armas y día, y asegurando el campo, pues era extranjero y estaba en su reino. El rey guardó justicia.

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Llegó el día señalado y ambos caballeros concurrieron en sus caballos a la brida, con arneses blancos, lanzas de armas, porras, espadas y dagas, usando por timbre Hernán Pérez de Aldao el lema Ave María y llevando en su escudo las armas de Aldao, que eran dos lobos de púrpura en campo dorado.

Puestos así en la estacada, se arremetieron rompiendo lanzas, por lo que usaron las porras, dándose recios golpes, de los que salió herido en la cabeza el Duque, que cayó al suelo. Saltó entonces Hernán de su caballo, a desenlazarle el yelmo para cortarle la cabeza, a cuyo tiempo el rey arrojó el cetro, y los fieles del campo se interpu­sieron para estorbarlo, de lo que dio Hernán quejas a su Majestad.

El rey le dijo a don Hernán que bastaba lo hecho, que si el Duque moría quedaba vengado y si sanaba del golpe en la cabeza, el rey quedaba obligado a darle satisfacción a su agrado. Mejorado el Duque, pidió Hernán el cumplimiento de lo prometido, y se le dijo pidiese lo que quisiera. Juntos los altos hombres de la Corte y ratificado el rey en su ofrecimiento por tres veces, dijo Hernán:

“- Señor, te pido que como traes tres flores de lis por armas, me otor­gues para que yo pueda tener cinco”.

Resultado de imagen de escudo de los maldonadoLe disgustó al rey Felipe la pretensión, y le ofreció en cambio riquezas y otras mercedes, pero el de Aldao contestó que no había ido a Francia por riquezas, sino por su honor, y que de no cumplir el rey su promesa, se volvería quejoso, no ya del Duque, sino del mismo Monarca. El rey le contestó:

“- Yo te las doy, si bien, mal donadas, es decir, contra mi voluntad.”

Desde entonces Hernán Pérez de Aldao llevó como sobrenombre el de Maldonado, tomándolo sus deudos de la frase del rey Felipe, “maldonadas”, y comenzó a lucir por armas las cinco flores de lis. Sus descendientes conservaron el apellido Aldao y el sobrenombre de Maldonado y, este, en diversas ramas de esta familia de origen gallego terminó por prevalecer.




viernes, 2 de marzo de 2018

Cuando Vigo fue capital

Según los documentos existentes, no es hasta el año 1163 cuando Pontevedra hace su aparición en la historia con motivo a la donación, de Fernando II, al monasterio de Poio de la mitad de los diezmos de la iglesia de Santa María.

Debemos de esperar unos pocos años más, cuando este mismo monarca, en el año 1169, concede un fuero real al burgo de Ponte Veteri, el primer fuero pontevedrés que fue concedido por el rey de León en Ciudad Ro­drigo a: “…omnes habitatores de Ponte Veteri tam presentes quam futuros…”.

Sobre este fuero real inicia su andadura la vida municipal pontevedre­sa. El texto no sufre alteración alguna cuando, a petición de los representantes del concejo, es confirmado en Sevilla, en 1264, por Alfonso X; pues el original, en palabras de los mismos: “porque este priui­legio non era sellado et por mala guarda fuera dannado de agua”.Este trascendental documento se conserva actualmente en el Museo de Pontevedra.

No obstante, la Ponte Veteri medieval, distinguida con el llamado “Fuero de Pontevedra” por el monarca leonés, fue donada pocos años después, en 1180, a la mitra compostelana y bajo el señorío arzobispal permaneció la villa hasta el Decreto de abolición ge­neral de los señoríos que se produjo en 1811.
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Si bien, durante el reinado de Felipe II, la villa se desvincula, mo­mentáneamente, del señorío arzobispal, y en 1595 el regidor don Melchor de Teves y Britto se esforzó en mostrar con importantes edificaciones y nuevos servicios la eficacia del cambio, surgiendo la necesidad de contar con un edificio consistorial. Aunque, como decimos, fue un breve paréntesis, pues de nuevo volvimos al “statu quo” anterior, con el arzobispado santiagués señoreando la villa.

En 1820, siendo rey Fernando VII, tuvo lugar el pronunciamiento liberal de Rafael del Riego, que dio paso a una nueva etapa de su reinado (1820-1823), el denominado "Trienio Liberal", aboliéndose los privilegios de clase y los mayorazgos, además de suprimirse la Santa Inquisición y dando paso en enero de 1822, a una nueva división territorial. Se contemplaba la necesidad de reorganizar el territorio de manera racional y eficiente. Así pues, se establecen cuatro provincias para Galicia: Coruña, Lugo, Orense y Vigo. Por consiguiente, a lo largo de un año y poco, Vigo fue capital de provincia.

Con la llegada, el 7 de abril de 1823, de los llamados Cien Mil Hijos de San Luis, al mando del general Duque de Angulema, se restablece el absolutismo en la figura del rey Fernando VII, y en ese mismo año, esta división territorial queda sin validez.

El 30 de noviembre de 1833, con el decreto de Javier de Burgos, se estableció la actual división de provincias donde se consideraba a Pontevedra la ciudad más idónea para ser la capital de su provincia, por motivos geográficos e históricos.

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En 1836, Vigo volverá a la carga política para recuperar la capitalidad y aunque el Gobierno aprobó un Real Decreto que acordaba el traslado a Vigo de la capital de la provincia, nunca llegó a tener efecto, bien porque nunca se refrendó o porque se extravió, y posteriormente no se consideró oportuno confirmarla. Esto tendrá su epílogo el 3 de octubre de 1840, cuando tropas viguesas, armadas con dos cañones, atacan y cañonean Pontevedra en disputa de la capitalidad de la provincia. La guerra de las dos ciudades de la que hablaba Villamil.

El Congreso no podía volverse atrás y menos ante la presión militar, por lo que la designación de Pontevedra como capital, que fuera coronada con la concesión del título de ciudad por Real Carta otorgada por la reina Isabel II el 23 de noviembre de 1835, adquirió carácter definitivo.