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lunes, 3 de noviembre de 2014

Pontevedra – Orígenes III (Del Medievo a nuestros días)



En el siglo III todo el mundo romano se ve afectado por una profunda crisis que marcará el comien­zo de una lenta decadencia. Con la irrupción, a finales del siglo IV, por las fronteras del Rhin y del Danubio de una serie de pueblos, a los que los romanos denominaban genéri­camente bárbaros, esta crisis adquiere caracteres de descomposición. Uno de estos pueblos, los suevos, se asentarán en Galicia.
Sobre estos siglos oscuros, que van desde la crisis del siglo III hasta el comienzo del renacimiento urbano y comercial en el siglo XII, apenas tenemos noticias documentales y los testimonios arqueológicos son escasos. Por lo tanto, no hay ningún resto que nos indique que aquí se hubiese mantenido asentamiento alguno.
Debemos de esperar hasta el año 1163, donde Pontevedra hace su apa­rición en la historia, con motivo a la donación de Fernando II al monasterio de Poio de la mitad de los diezmos de la iglesia de Santa María.
En 1169, Fernando II otorga un fuero real al burgo de Ponte Veteri, el llamado “Fuero de Pon­tevedra”. Primer fuero pontevedrés que fue concedido por el rey de León en Ciudad Ro­drigo.

Fuero Real de Alfonso X, año de 1264. Pergamino que se conserva en el Museo de Pontevedra. Confirmación del otorgado por Fernando II en 1169.

Sobre este fuero real inicia su andadura la vida municipal pontevedre­sa. El texto no sufre alteración alguna cuando es confirmado en Sevilla, en 1264, por Alfonso X; realizado a petición de dos representantes del concejo que desea una confirmación del mismo por el monarca, pues el original, en palabras de los mismos: “porque este priui­legio non era sellado et por mala guarda fuera dannado de agua”.
La Ponte Veteri medieval fue donada, por el monarca leonés, en 1180, a la mitra compostelana; bajo cuyo señorío permaneció hasta la abolición ge­neral de los señoríos en 1811. Numerosos privi­legios de los monarcas castellanos ampararon su apogeo bajo medieval, que tuvo como sectores punteros la vocación pesquera y salazonera del arrabal marinero de la Moureira y la actividad artesanal y mercantil de la villa amurallada.
Los motivos que habrían podido llevar a Fernando II a fundar una población a orillas del Lérez son diversos. Entre ellos destaca su valor estratégico; los invasores portugueses del territorio gallego en el siglo XII solían detenerse precisamente en el Lérez, inclu­so sobrepasarlo en pocos kilómetros como lo hizo Alfonso Enríquez en 1166, cuando se hizo fuerte en el castillo de Cedofeita. La construcción del nuevo puente medieval que reemplazaba al construido en época romana, fue quizá el motivo que animó al monarca a fundar una ciudad-bastida para ga­rantizar su defensa.
La donación de la mitad de los diezmos de la feligresía de Santa María de Pontevedra, en 1163 al mo­nasterio de Poio, nos da motivos para creer que Pontevedra ya existía antes de la concesión foral. Una explicación podría ser que esta diferencia cronológica tan escasa indicara que la villa ya se estuviese fundando y construyendo su puente, por lo que aún no estaría confi­gurada en su totalidad en el año de su donación. Otra explicación es que la villa estuviese asentada en otro lugar y que en 1169 se hubiese trasladado a la zona actual, tal vez por cuestiones defensivas.
La configuración topográfica del promontorio sobre el que se levantó la villa, determinó en gran medida su desarrollo. Se trata de un espolón, semi­circundado por los ríos Lérez y Tomeza y coronado por una amplia plataforma. La villa comenzó a formarse desde su zona más baja, la próxima al puente del Burgo. El camino y el puente se­rán, al igual que en la época romana, las causas directas del poblamiento medieval pontevedrés, y de ahí hacia el otero donde se ubica la iglesia de Santa María, con el tiempo, una pri­mera cerca rodeó el asentamiento. En sucesivas ampliaciones se ordenó en torno a las dos elevaciones, la ya mencionada, y donde se construyó el convento de los franciscanos. Las ca­lles se estructuraron en torno a un eje principal que se corresponde con las actuales calles Sarmiento e Isabel II y; desde ahí partieron el resto de calles formando un ejemplo clásico de villa medieval con plano en espina de pez.

Dibujo de Pontevedra, distribución de sus calles en el siglo XV a modo de espina de pez. (José Benito García) 

En los últimos años del siglo XIII y comienzos del XIV, razones de tipo defensivo y fiscal obligaron a construir otra muralla, en la que se encuadró el nuevo burgo.
El auge del siglo XVI se tradujo en numerosas actuaciones urbanísticas y en nuevas construcciones. Se restauraron o reformaron edificios, calles, plazas, las murallas, los muelles, hospitales y templos; pero también se erigieron nue­vas construcciones como la Casa Consistorial, la alhóndiga, la traída de aguas y las fuentes de la Herrería y Santo Domingo, así como un elemental sistema de alcantarillado. Entre las edificaciones religiosas y asistenciales se encuentran Santa María del Camino, San Bartolomé y el hospital de San Juan de Dios; pero la obra cumbre del siglo XVI pontevedrés es, sin duda, la basílica de Santa Ma­ría, mandada construir por el Gremio de los Mareantes.
Villa y arrabal, burgueses y mareantes, la convirtieron en una ciudad activa, dinámica y abierta a todas las rutas; alcanzando en el siglo XVI el cenit de su esplendor, como reflejan las descripciones del Licenciado Molina y de Ambrosio de Morales.


Dibujo de Pontevedra, realizado por Pier María Baldi en 1669, cuando formó parte del cortejo de Cosme III de Médecis en su viaje por España y Portugal, entre septiembre de 1668 y marzo de 1669.

La crisis de los siglos XVII y XVIII modificaron la villa, el vecindario dis­minuyó de forma continuada y en la estructura social se produjo un progresivo empobrecimiento. Pontevedra permaneció durante estos dos siglos dentro de sus murallas, muchas casas fueron abandonadas y el arrabal de la Moureira quedó casi despoblado.
Durante el siglo XIX, una medida que contribuyó a revitalizar de algún modo la decaída vida pontevedresa fue su nombramiento como capital de pro­vincia por Real Decreto de 30 de noviembre de 1833, tras salir victoriosa de su pugna con Vigo y la obtención del título de ciudad por Real Carta, otorgada por Isabel II el 23 de noviembre de 1835.
Las nuevas funciones administrativas, derivadas de su condición de capital provincial, le confieren una nueva personalidad apacible, culta y dis­cretamente decadente, con la que ha llegado a nuestros días. A partir de ese momento se somete a un cambio radical transformando su estructura urbanísti­ca. La vieja villa derribó sus límites amurallados, ensanchó y empedró sus calles, diseñó planes de modernización y amplió sus comunicaciones con el exterior. A mediados de siglo se derribaron las murallas y puertas, por carecer ya de su fi­nalidad defensiva y fiscal; empleando sus piedras en el empedrado de las calles y vendiendo las sobrantes. También se derribaron las Torres Arzobispales y los edificios religiosos, como San Bartolomé (hoy en su solar se levanta el Teatro Principal y el Liceo Casino) y el templo del convento de Santo Domingo, del que solo se conserva parte de su cabecera; la cárcel del puente del Burgo fue derribada en 1865 y en su lugar, años más tarde, se levantó la primera plaza de abastos cubierta; se derriban soportales y se enlosan la mayoría de sus calles; se hacen también las primeras aceras; se trazan nuevas calles y se urbanizan las plazas, construyendo fuentes en algunas de ellas, la vieja fuente de la Herrería se sustituye por otra nueva.
 
Palacio de la Diputación Provincial. (Dibujo de Remigio Nieto).
El sostenido crecimiento demográfico obligó a remodelar el casco his­tórico, a planificar el ensanche y a embellecer los espacios públicos. Las clases altas residían en el ensanche, en las zonas comerciales y en los enclaves resi­denciales tradicionales de Santa María, Teucro, Isabel II y Alhóndiga; las clases medias vivían en el resto del recinto histórico y las clases bajas se asentaban en la Moureira, el antiguo barrio marinero que, tras dos siglos de crisis y despo­blamiento, vuelve a cobrar importancia. Entre las actuaciones en los espacios públicos, una de las más brillantes y acertadas fue la realizada en el conjunto de la Alameda y las Palmeras, donde se construyeron edificios nobles para alber­gar las instituciones propias de la capitalidad, como el instituto, la Diputación, el grupo escolar (hoy Gobierno Militar) y el Palacio Municipal (Ayuntamiento), obras estas tres últimas del insigne arquitecto Alejandro Rodríguez-Sesmero.
A principios del siglo XX, la línea costera se prolongaba hasta la desem­bocadura del río Tomeza; la ría todavía describía la ensenada de Lourizán, domi­nada por el palacio y finca de Montero Ríos, en la actualidad Centro Forestal y la de Mollabao, frente a cuya capilla “dos Santos”, expresaban los marineros su devoción al entrar y salir de la ría. En la desembocadura del Tomeza comenzaban los peiraos, que desde la edad media sirvieron de muelles a la flota marítimo-pesquera pontevedresa, extendiéndose hasta más arriba del puente de la Barca. Todavía la ciudad se reduce a lo que fueron siempre sus dos núcleos principales y originales, el centro histórico y el barrio de la Moureira. El crecimiento será muy lento durante las primeras décadas y no fue hasta los años sesenta y setenta cuando se implantó una etapa de desarrollismo que al­teró la morfología urbana; se derribaron numerosos edificios históricos, salvo el casco antiguo, y se destruyó el contacto con el Lérez y la antigua Moureira. Hoy en día todavía continúa la expansión de la ciudad y la remodelación de calles y plazas, adaptando su morfología a una ciudad más dinámica como se quiere convertir, acorde con su época.


lunes, 6 de octubre de 2014

Pontevedra – Orígenes II (El primer asentamiento)


Según los restos arqueológicos encontrados en nuestra ciudad, no es hasta la llegada de los romanos cuando se produce un primer asentamiento humano, antes de ellos aquí no hubo nada y hasta mucho después de ellos tampoco.

Este es por lo tanto, el primer asen­tamiento del que se tienen pruebas sólidas y que se considera como punto de partida de nuestra historia; anterior a ello no se ha encontrado resto alguno, ni del castro ubicado en Santa María, como aseguraba Murguía, ni del de San Francisco, como dieron por hecho otros historiadores con posterioridad. Hasta la fecha, no se han encontrado restos que así lo puedan atestiguar. La tierra no era fértil y el emplazamiento no era el más idóneo para una economía de subsistencia, que era la que predominaba en la época prerromana; solo con la llegada de estos, alcanzó un valor estratégico y comercial con la construcción de la calzada y el puente romano.

 
El círculo señala el emplazamiento primigenio de nuestra ciudad. Lugares donde se han encontrado restos de poblados castreños (puntos negros) y hallazgos altomedievales (triángulos).

Así pues, es con la invasión romana cuando comienza nuestra historia y podemos decir, después de las excava­ciones realizadas en 1988 en la cabecera sur del puente del Burgo, del hallazgo del miliario de Adriano y del estudio realizado por el arqueólogo Antonio de la Peña; que el origen de Pontevedra está vinculado a la existencia de un antiguo puente que formaba parte de la vía romana XIX, “Bracara Augusta – Asturica Augusta” (Braga – Astorga) y de una mansión a la que denominaban “Turoqua”, situada entre “Burbida” (Villar de Enfesta) y “Aquis Celenis” (Caldas), como se refleja en el “Itinerario de Antonino”.


EL “ITINERARIO DE ANTONINO”.-

El denominado “Itinerario de Antonino” es el documento clave que nos permite conocer las principales vías de comunicaciones terrestres en la época romana.
En este documento aparecen reseñadas 372 vías terrestres, de las cua­les 34 corresponden a Hispania y 4 al territorio galaico. Estas enlazaban los tres principales centros administrativos del noroeste peninsular: Bracara Augusta (Braga), Lucus Augusti (Lugo) y Asturica Augusta (Astorga).

DE AD DUOS PONTES A TUROQUA.-

Según se refleja en el “Itinerario de Antonino”, la Vía XX Per Loca Maritima, enlazaba Aquis Celenis (Caldas de Reis) con Lucus Augusti (Lugo), una vía costera que se adentraba en territorio coruñés y que consta­ba de los siguientes núcleos de población (mansiones), con sus correspondientes distancias en millas (milia passuum):
Aquis Celenis - Vico Spacorum - Ad Duos Pontes – Grandimiro – Atricondo – Bri­gantium – Caranico - Lucus Augusti.
La presencia en esta vía de dos mansiones consecutivas con nombres tan sugerentes como Vico Spacorum y Ad Duos Pontes indujo a la práctica to­talidad de los autores que han tratado el tema de las vías romanas en Galicia a optar por el camino más fácil, identificándolas, sin más labor de investigación, con las actuales ciudades de Vigo y Pontevedra, a pesar de encontrar como primera localidad a la denominada Aquis Celenis que con total seguridad era el nombre romano de la actual Caldas de Reis y que estos autores resolvieron diciendo que el itinerario estaba equivocado al mencionar Aquis Celenis antes de Vico Spacorum y Ad Duos Pontes. Y así Pontevedra quedará vinculada en toda la historiografía tradicional a la mansión romana de Ad Duos Pontes de la Vía XX Per Loca Maritima, criterio universalmente admitido en palabras de un erudito local.
Otros autores, con López Ferreiro a la cabeza, aportaron conclusiones más lógicas pero con escaso éxito. Este sabio canónigo compostelano mantuvo que la Vía XX Per Loca Maritima arrancaría de Aquis Celenis (Caldas de Reis), como indica el “Itinerario de Antonino”, para adentrarse en territorio coruñés, situando en los alrededores de Noia las mansiones de Vico Spacorum y Ad Duos Pontes, aportando datos que así lo respaldaban.

Recorrido de la Vía XX Per Loca Marítima del Itinerario de Antonino.
Esta es la opción que parece ser la correcta, por lo que entonces ya nada tendríamos que ver con la Vía XX ni con la mansión de Ad Duos Pontes. Aunque a pesar de ello, la práctica totalidad de autores se mantendrían apega­dos a la versión Pontevedra-Ad Duos Pontes-Vía XX.
Si ahora nos centramos en la Vía XIX, tenemos que partiendo de Braca­ra seguiría el siguiente itinerario:
Limia – Tude – Burbida – Turoqua - Aquis Calenis – Iria – Assegonia – Brevis – Marcie - Lucus Augusti – Timalino - Pon­te Neviae – Uttaris – Bergido - Interamnio Fluvio - Asturica Augusta.
Nos encontramos con emplazamientos que hoy sa­bemos con total seguridad cual es su nomenclatura en la época actual. Sabemos de lo raciona­les que eran los romanos cuan­do trazaban sus vías principales de comunicación, primando ante todo las cuestiones estra­tégicas.
 
Recorrido de la Vía XIX del Itinerario de Antonino.
Solo razones de fuerza mayor, de las que no tenemos conocimiento, obligarían a los ingenieros roma­nos a desechar para el trazado de una vía principal entre Tui y Caldas de Reis las inmejorables condiciones topográficas que ofrece la llamada Depresión Meridiana que se abre entre esas localidades siguiendo una marcada dirección rectilínea Sur-Norte y por la que con el paso del tiempo siguió la ruta jacobea portuguesa en la época medieval y la actual carretera nacional 550; a esto hay que añadir más de una veintena de miliarios encontrados a lo largo de esta de­presión natural, los únicos descubiertos en todo el territorio provincial.

Descartado el emplazamiento de Ad Duos Pontes para nuestra ciudad, llegamos a un decisivo hallazgo en las excavaciones arqueológicas realizadas en el año 1988 en la cabecera meridional del puente del Burgo, dirigidas por el ar­queólogo Antonio de la Peña Santos; el descubrimiento a unos tres metros de profundidad de un miliario del emperador Adriano datado en el año 134 d.C. La inscripción de este miliario nos desveló que en el año 134 de nues­tra Era (que fue cuando el emperador Adriano ostentó por decimoctava vez la potestad tribunicia) una vía romana transcurría por este punto y se encontraba a 96 millas de Lugo.
Las inmediatas investigaciones y los estudios realizados por el arqueó­logo Antonio de la Peña en base a los miliarios encontrados a lo largo de la vía y a las distancias en millas pasadas a kilómetros, determinaron unos datos que a día de hoy son los que prevalecen, ya que todos los indicios racionales apuntan en una única dirección: la mansión romana Turoqua, de nombre al parecer de raíz indoeuropea, vinculada a la Vía XIX Bracara-Lucus-Asturica se emplazaba en pleno casco histórico de nuestra ciudad. Por lo cual se puede deducir que los orígenes de Pontevedra parecen estar íntimamente relacionados con esta mansión romana.

Hito señalizador de la Vía XIX
No se sabe con certeza que entidad tendría, ni del tiempo que llegó a estar habitada; si bien se puede decir que fue sobre la mitad del siglo I d.C. y hasta el siglo V d.C., sobre unos 400 años. Este es por lo tanto, el primer asen­tamiento humano del que se tienen pruebas sólidas y que se considera como punto de partida de nuestra historia.

Tras la caí­da del Imperio romano, sin un estado que velase por la paz y la conservación de caminos que favoreciese el comercio, hicieron imposible el mantenimiento del puente, y el abandono y la ruina se supone que fue total. La antigua mansión romana fue abandonada y olvidada, hasta el punto que su denominación primi­tiva se pierde y cuando las fuentes medievales se refieren a este lugar tendrán que acuñar una nueva locución, el lugar donde se encontraba el puente viejo, Ponte Veteri (Pontevedra).


Bibliografía.-
DE LA PEÑA SANTOS, ANTONIO. JUEGA PUIG, JUAN. LÓPEZ DE GUEREÑU POLÁN, LUIS.
- Historia de Pontevedra. Vía Láctea Editorial. 1996.

domingo, 28 de septiembre de 2014

Pontevedra – Orígenes I (Teucro)


Dos son las vías de estudio para conocer los orígenes de una ciudad: los testimonios escritos, más escasos e imprecisos cuanto mayor sea la antigüedad, y los restos arqueológicos encontrados en el subsuelo.
Pontevedra arrastra serias carencias en la investigación histórica y en la arqueológica; lo que ha propiciado a que, en oca­siones, los datos reales fuesen reemplazados por una especie de historia-ficción, con la mejor voluntad y total buena fe de los historiadores e investigadores que han intentado suplir las carencias con dosis de imaginación.
Hemos de remontarnos entonces a la Baja Edad Media, y a ese ambiente cultural y renacentista de la villa donde comenzó la necesidad de dotar a la nobleza y a las clases acomodadas de unas raíces que las convirtieran en unas de las más nobles y antiguas de la Península; haciéndolas descendien­tes directas de héroes griegos, dotándolas así de unos gloriosos orígenes.


Entre estos estudiosos destaca Juan de Guz­mán, Catedrático de Retórica de la villa y traductor de Virgilio, quien conocía perfectamente los textos clásicos, que haciendo referencia a unos contenidos de diversos escritores greco-latinos, suponían que ciertos personajes de la gue­rra de Troya habrían recalado en estas tierras. Estos escritores eran Asklepiades de Mirlea, Trogo Pompeyo, Strabon, Plinio el Viejo, Silio Itálico y Iuniano Iustino.
Las dos referencias más antiguas conocidas se han perdido. Asklepiades de Mirlea y Trogo Pompeyo escriben en el siglo I a. C., pero conocemos su obra por las referencias que del primero de ellos hace Strabon y al resumen de la obra del segundo por Iuniano Iustino.
Strabon, a comienzos del siglo primero, escribe su conocida “Geogra­fía”, en la que haciendo mención a Asklepiades, nos dice que entre los “Gallai­cos” habitaban algunos de los compañeros de Teucro y que existía una ciudad llamada Helenes, que fue como se bautizó originalmente estas tierras. A me­diados de ese mismo siglo, Plinio el Viejo, en su célebre “Historia Natural”, afir­ma también que las gentes de estas zonas son descendientes de griegos. Y ya entre los siglos III y IV, Iuniano Iustino escribe en su mencionado resumen de las “Historias Filípicas” de Trogo Pompeio, donde su visión es parecida a la de Asklepiades transmitida por Strabon.
Será Claudio González Zúñiga, autor de la primera “Historia de Pontevedra” escrita en 1846, quien llegará a establecer la fundación de Helenes por Teucro en el año 1215 a. C. Esta Helenes será el enclave que durante el siglo XVI se tomará como referente más remoto para Pontevedra.
  
Los eruditos pontevedreses tratarán la figura de Teucro según corres­ponda a cada época. Así, el padre Sarmiento manifestará ciertas dudas al princi­pio para luego no cuestionar el tema y, más tarde, acabar aceptándolo. Tiempo después, un grupo de autores hará causa común apoyando la tesis teucrista en mayor o menor grado; entre ellos: González Zúñiga, Flórez, Sampedro Folgar, García de la Riega, Sobrino Buhigas…
¿Quién fue Teucro?
Teucro fue un personaje de segundo rango entre los que participaron en la Guerra de Troya. Hijo ilegítimo de Telamón, rey de Salamina y de la prince­sa troyana Hesíone; se sabe que participó en la guerra junto a su hermanastro Ayax. Fue uno de los guerreros que se introdujeron dentro del célebre Caballo de Troya y era famoso por su habilidad en el manejo del arco, se decía que se lo había regalado el mismísimo Apolo. La escasísima iconografía que sobre este personaje se conoce en la actualidad, nos lo pre­senta como un arquero que, rodilla en tierra, se prepara para disparar su arco, protegido por el enorme escudo -de siete pieles de toro- de Ayax.
Tras la caída de Troya, una vez llegado a su patria, su padre Telamón lo destierra a per­petuidad, acusándole por no haber sabido evitar la disputa entre Ayax y Odiseo por las armas de Aquiles, causa directa del suicidio de Ayax.
Acompañado de fieles guerreros, Teucro funda en la isla de Chipre una ciudad que, en ho­nor a su patria, bautiza con el nombre de Salamina. Se casa con la princesa Eune, hija del rey Cipro, fundando una dinastía que reinó durante varios siglos.
Al conocer la muerte de su padre Telamón, Teucro intenta de nuevo el regreso a su patria natal, pero será rechazado por Euriasces, hijo de Ayax, por lo que decide poner rumbo a la Península Ibérica, donde funda las ciudades de Cartagena y Helenes, en la que reside hasta el fin de sus días y será la que en la Edad Media se tome como el emplazamiento primigenio de Pontevedra.
               
Mito o realidad
Desde el punto de vista actual, no existe ningún resto que demuestre la existencia de estos héroes griegos en nuestras tierras, no solo de Teucro como fundador de Pontevedra, también Anfiloco, capitán griego compañero de Teucro que se desplazó hacia el este y fundó Anphilócopolis o Anphiloquia, que se tomó como el asentamiento que dio origen a la ciudad de Ourense, Diomedes quien se considera el fundador de Tui y Orestes de Padrón.
Aunque las hipótesis fundacionales griegas en Galicia pueden carecer de cierta credibilidad, en el fondo esconden un punto de verdad. Parece ser que estas tradiciones se basan en referencias más antiguas de contactos entre las comunidades asentadas en el Mediterráneo Oriental y las atlánticas.
Cuando se gestan las leyendas de la arribada a estas tierras de ciertos héroes de la guerra de Troya, lo que se estaba produciendo era un proceso de enaltecimiento de unos orígenes que partían de una base real: el contacto, con cierta asiduidad, de las costas galaicas por navegantes y comerciantes medite­rráneos, al menos desde el II Milenio a. C. ­Que estos navegantes se correspondan con estos héroes ya es otra cuestión.

Bibliografía.-
DE LA PEÑA SANTOS, ANTONIO. JUEGA PUIG, JUAN. LÓPEZ DE GUEREÑU POLÁN, LUIS.
- Historia de Pontevedra. Vía Láctea Editorial. 1996.
GONZÁLEZ ZÚÑIGA, CLAUDIO
- Historia de Pontevedra, o sea, de la antigua Helenes fundada por Teucro. Pontevedra. Imp. Vda. De Pintos. 1846.