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sábado, 10 de marzo de 2018

Leyenda de los Aldao–Maldonado


Existen diversas versiones sobre este acontecimiento y si bien varía la historia, el final es el mismo. El hecho nos narra como un miembro de la familia de los Aldao, Hernán o Nuño (hay discrepancias) Pérez de Aldao, se convierte en el fundador del apellido Maldonado y toma por armas nobiliarias las que el rey de Francia le concedió (cinco flores de lis colocadas en sotuer).

 Se desconoce con exactitud la fecha en cuestión, pero este acontecimiento estaría englobado entre la segunda y quinta Cruzada, alrededor de los años 1147-1221.

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Don Hernán Pérez de Aldao se encontraba gravemente enfermo y se encomendó a la virgen, prome­tiendo visitarla si le devolvía la salud. Apenas mejoró un tanto, se puso en cami­no desde Galicia hacia las ásperas montañas de Cataluña. Con el cansancio y las molestias de tan largo viaje se recrudeció su dolencia, por lo que al llegar fue preciso ponerle una cama en uno de los ángulos de la iglesia para que pudiera hacer la novena que había ofrecido. Llegada la fiesta de la Natividad de la Virgen, el 8 de septiembre, se llenó por completo el templo de fieles deseosos de presenciar las ceremonias litúrgicas. Uno de los peregrinos, llamado Guillermo, Duque de Nor­mandía, sobrino del rey Felipe de Francia, no hallando otro lugar más despejado de gentes en toda la iglesia que aquel donde estaba la cama del mencionado don Hernán o Nuño Pérez de Aldao, se permitió la libertad de ponerse de pie en ella para ver mejor las ceremonias, agraviado don Hernán, tanto por la molestia que le causaba el Duque como por su falta de atención, le dijo:

“- Os ruego, en cortesía, caballero, busquéis otro sitio en que mejor po­dáis estar, que vuestros pies me incomodan”
A lo que contestó el Duque Guillermo con altanería:
“- No te incomodarían si supieses quien soy. “
Replicándole el enfermo:
“- Tu también, si me conocieses, me harías más cortesía.”
Pero, lejos de ceder, volvió a contestarle el Duque:
“-No me des ocasión para que ponga los pies de modo que los sientas.”
Estas palabras acabaron de agraviar al de Aldao, y lleno de indignación, replicó al Duque:
“-Prometo que si esta Señora, a cuya devoción vine, me escapa de lo que padezco, iré a tomar enmienda de la injuria recibida en su casa.”
Pero escarne­ciendo el Duque la amenaza, la desechó riéndose.

Sanó el de Aldao y convocó a sus más principales parientes, manifestán­doles su desafío y queja. Todos ofrecieron asistirle, arriesgando sus vidas y gas­tando sus haciendas, y acordaron dar cuenta al rey don Alonso, que se hallaba en Burgos, a donde fueron a pedir amparo.

Enterado su Majestad ofreció su favor, enviándolo como embajador ante el rey de Francia, para que le asegurase que Hernán Pérez de Aldao era tan principal caballero, que podía desafiar a otro cualquiera de los de Francia, sin exceptuar ninguno por preeminente que fuese, y que bajo su amparo no permitiese se le hiciera superchería.

Fue recibido Hernán y sus parientes con benigno agrado del rey Felipe, y reunidos los Grandes de Francia se refirió el suceso. El Duque Guillermo pidió perdón, mas Hernán propuso se postrase, en castigo de su ignorancia, y consintiera le pusiese los pies encima. El Duque no consintió y Hernán suplicó al rey terminase su querella por desafío, señalando armas y día, y asegurando el campo, pues era extranjero y estaba en su reino. El rey guardó justicia.

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Llegó el día señalado y ambos caballeros concurrieron en sus caballos a la brida, con arneses blancos, lanzas de armas, porras, espadas y dagas, usando por timbre Hernán Pérez de Aldao el lema Ave María y llevando en su escudo las armas de Aldao, que eran dos lobos de púrpura en campo dorado.

Puestos así en la estacada, se arremetieron rompiendo lanzas, por lo que usaron las porras, dándose recios golpes, de los que salió herido en la cabeza el Duque, que cayó al suelo. Saltó entonces Hernán de su caballo, a desenlazarle el yelmo para cortarle la cabeza, a cuyo tiempo el rey arrojó el cetro, y los fieles del campo se interpu­sieron para estorbarlo, de lo que dio Hernán quejas a su Majestad.

El rey le dijo a don Hernán que bastaba lo hecho, que si el Duque moría quedaba vengado y si sanaba del golpe en la cabeza, el rey quedaba obligado a darle satisfacción a su agrado. Mejorado el Duque, pidió Hernán el cumplimiento de lo prometido, y se le dijo pidiese lo que quisiera. Juntos los altos hombres de la Corte y ratificado el rey en su ofrecimiento por tres veces, dijo Hernán:

“- Señor, te pido que como traes tres flores de lis por armas, me otor­gues para que yo pueda tener cinco”.

Resultado de imagen de escudo de los maldonadoLe disgustó al rey Felipe la pretensión, y le ofreció en cambio riquezas y otras mercedes, pero el de Aldao contestó que no había ido a Francia por riquezas, sino por su honor, y que de no cumplir el rey su promesa, se volvería quejoso, no ya del Duque, sino del mismo Monarca. El rey le contestó:

“- Yo te las doy, si bien, mal donadas, es decir, contra mi voluntad.”

Desde entonces Hernán Pérez de Aldao llevó como sobrenombre el de Maldonado, tomándolo sus deudos de la frase del rey Felipe, “maldonadas”, y comenzó a lucir por armas las cinco flores de lis. Sus descendientes conservaron el apellido Aldao y el sobrenombre de Maldonado y, este, en diversas ramas de esta familia de origen gallego terminó por prevalecer.




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