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lunes, 11 de enero de 2021

Benito Soto. Solo un pirata

 


Para nuestra desgracia y estigma Benito Soto nació en Pontevedra, en el Arrabal de la Moureira, el 22 de marzo de 1805, así consta en los archivos parroquiales de la iglesia de Santa María. Fue matriculado como marinero el 18 de noviembre de 1823, contando 18 años, y su vida no tuvo mayor relevancia hasta los hechos que a continuación se narran. Esta es su verdadera historia.

En su hoja de embarque se le describe con pelo y cejas castaño, hoyoso de viruelas y ojos negros, y la descripción que dan sus secuaces al ser apresados es de un hombre alto, color trigueño, picado de viruelas, cerrado de barba, con patillas negras, grueso, ojos y cejas negros, nariz y boca regulares, pelo negro, con un dedo, que es el pequeño de la mano derecha encogido y en la rodilla izquierda una cicatriz.

Todo comenzó el 22 de noviembre de 1827, cuando partió del puerto de Río de Janeiro el ber­gantín brasileño Defensor de Pedro, al mando del Capi­tán de Fragata de la marina imperial del Brasil don Pedro Mariz de Sousa Sarmento, armado en corso y mercancía, con 40 hombres de tripulación y destinado a la compra de negros en la costa africana para el comercio de esclavos.

Benito Soto embarcó en el bergantín con la plaza de segundo contramaestre, y según resultó en la causa, ya se había ejercitado antes de esta época en la vida pirática, a la que intentaba arrastrar a los demás. Este hombre unía a una clara inteligencia, un carácter indomable y los más feroces instintos criminales, puestos de manifiesto más de una vez con los duros castigos que aplicaba a los marineros de a bordo.

El 3 de enero de 1828 dan vista a las costas africanas y fondean en el surgidero de Ohue, punto elegido para entablar las relaciones con los reyezuelos del país. En la noche del 26 de enero de 1828, aprove­chando que el capitán se encontraba en tierra con par­te de la tripulación, se produce la rebelión fruto de la cual Benito Soto y Miguel Ferreira, apodado Mercurio, natural de Ferrol, junto con sus secuaces se hacen con el gobier­no del barco, poniendo rumbo a la isla de la Ascensión.

Antes de descubrir esa isla y a los pocos días de navegación se comete a bordo un asesinato alevoso. Mal avenido Soto con el carácter y pretensiones de Miguel Ferreyra, cuyas miras ambiciosas estorban los planes que había concebido, decide deshacerse de él. En el silencio de la noche se dirige, con Antonio el vizcaíno, al lugar donde Ferreyra descansaba y disparándole, cada uno un tiro de pistola, se deshace sin riesgo de aquel temible enemigo, quedando Soto como único jefe del buque y de los piratas.

A los veintitrés días de su partida del surgidero de Ohue, llegan a la isla de la Ascensión, al día siguiente por la mañana, esto es el 19 de febrero de 1828, dan caza a la fragata inglesa Morning-Star. Cuando se encontraban a seis leguas de tierra, observaron como a dos de distancia un bergantín armado les daba caza. Pronto conocieron los de la fragata la clase de enemigo que se les echaba encima, estos, hallándose sin armas, útiles, ni medios de defensa, pusieron todo su empeño en encomendar a la fuga su salvación. Con un pasaje compuesto, además de los trece hombres que componían su tripulación, por el Mayor Logie del Regimiento de Línea Nº 97, con su esposa y un niño pequeño, diecisiete inválidos de diferentes regimientos de la isla Ceilán, cuatro mujeres con nueve niños que junto con otros empleados y pasajeros compo­nían un total de cincuenta y una personas, todos bajo el mando del Capitán Thomas Gibbs.

Haciendo caso omiso de los disparos de advertencia que realizó el ber­gantín, continuaron su fuga, pero la embarcación pirata era de un navegar pro­digioso y en el transcurso de una hora se hallaba ya a su costado. Los piratas, después de haber disparado varios cañonazos, izaron la bandera de la Repúbli­ca Argentina, confeccionada por uno de ellos de forma rudimentaria, ya que había muchos corsarios de esa nación que hostigaban al comercio brasileño, pensando así que de esa manera sus fechorías se le atribuirían a estos, mer­ced al engañoso pabellón que enarbolaron para cometer sus crímenes.

Acosada la fragata, se ve obligada a arriar velas, perdida ya toda esperanza de salvación. Preparados los piratas para el abordaje, armados todos con pistolas, sables y puñales, abordan la fragata entrando en ella con furia, dando gritos, golpeando e hiriendo a cuantos se hallan en su paso, cortando cabos e inuti­lizando todo lo que encuentran. Encierran a los pasajeros y tripulantes bajo la escotilla y se dedican al pillaje y eso no era más que el prólogo de las escenas de horror que siguieron.

Aquellos crueles y sanguinarios piratas no atendieron a las súplicas y plegarias que las mujeres con sus hijos en brazos les hacían; lejos de eso, mientras unos registraban el buque y se apoderaban de todo cuanto encontraban de valor, traspasándolo al barco pirata, otros como José de Santos, Nicolás Fernández, Domingo Antonio y Saint-Cyr Barbazán las humillaban y violaban vilmente, este último forzó a la mujer del mayor Logie, mientras esta le suplicaba por la vida de su esposo, e incluso le cortó un mechón de su cabello que guardó en una cajita de marfil y mostraba al resto de los piratas alardeando de tan repugnante hazaña.

El saqueo del barco duró desde las nueve de la mañana hasta las siete de la tarde, finalizado el mismo comieron y bebieron en una orgía de excesos. Benito Soto se había propuesto el total exterminio de cuantas personas hallasen en los buques saqueados, creyendo por tal medio borrar el rastro de sus enormes delitos; así ordenó que no se dejase a nadie vivo en el barco y envió a Francisco Goubín para que le diese algunos barrenos y se fuese a pique. A las diez de la noche dan por concluido el abordaje, los piratas regresan a su barco y Soto da orden para que se de muerte al capitán y los marineros detenidos en la bodega del bergantín, así como a otros tres marineros que les ayudaron en el transbordo de las mercancías; ante las súplicas de estos se les mató, de un disparo a unos, degolló a otros y apuñaló a los restantes, y aunque alguno herido consiguió tirarse al mar, lo que le esperaba era una muerte segura.

Pero la cólera de Benito Soto llegó al extremo cuando supo, por José de Santos, que no se había dado muerte a todos los integrantes de la fragata, por la compasión que tuvo de las mujeres y de los niños; y su encono fue tal, que, a pesar de que ya habían pasado dos días desde su encuentro, hizo virar la embarcación para darle caza y echarla a pique si la encontraba, lo que afortunadamente no ocurrió. Volvieron, pues, a la isla de la Ascensión; pero al mismo tiempo avistaron, muy próxima a tierra, una fragata de guerra como de 40 cañones que se mantenía en facha. Era un enemigo demasiado poderoso, por lo tanto viraron y huyeron precipitadamente.

La Morning-Star navegó a la deriva, y a eso de la una de la madrugada las mujeres, al no escuchar a los piratas, se atreven a franquear la puerta de la cámara y suben a cubierta, observan y no ven al buque pirata, oyen las voces de los encerrados, y aproximándose a la boca de la escotilla, y con grandes esfuerzos, retiran los obstáculos que impedían su apertura, liberando a los hombres. En las horas siguientes reparan, en la medida de lo posible, los grandes daños que los piratas le ocasionaron al buque, y así de esta forma continúan navegando hasta el 13 de marzo, en que tuvieron la suerte de cruzarse con otro buque de su misma nacionalidad y fueron socorridos, felizmente terminaron su viaje dando fondo en el Támesis el 19 de abril. 

A los dos o tres días del saqueo de la Morning-Star y navegando en vuelta de la isla de la Ascensión descubrieron sus vigías, como a media tarde, una vela en el horizonte. Esta era la fragata de los Estados Unidos llamada Topaz, que procedía de Calcuta con un rico cargamento. Se dirigen a ella con bandera francesa, que afirman con un cañonazo. Los de la fragata, sospechando la especie de buque que los demandaba, intentan con todo esfuerzo la fuga; pero el superior navegar del pirata les desvanece pronto esta débil esperanza. Como a las cinco de la tarde se hallaba a su costado, y una descarga general a bala y a metralla que hicieron, enarbolando al mismo tiempo el pabellón argentino, les causó un daño considerable en su velamen y jarcia, acabando de convencerles de su triste situación. Benito Soto les grita con la bocina para que se presente a bordo del bergantín el capitán con los papeles, lo que sucede poco tiempo después, acompañado de cuatro marineros. Son recibidos con golpes y arrojados a la bodega. Mientras tanto los mismos individuos que abordaron la Morning-Star, se trasladaron armados al Topaz. Entran con igual furia y desenfreno, acosan y maltratan a los inermes marineros y pasajeros y los encierran a sablazos en la bodega. El resto recorre el buque; escudriñan, rompen y destruyen sin miramiento y amontonan sobre cubierta los objetos que excitaban su codicia.

En tanto que esto pasa en la fragata, Benito Soto hace llamar al capitán y le pregunta sobre el cargamento que conducía, le manda escribir en un papel la orden por la cual el contramaestre de su buque procediese a su formal entrega. Mientras el capitán se entrega a tan violenta disposición, uno de los marineros que lo acompañaban recibe un disparo de Benito Soto sin ningún motivo aparente, salvo que lo hubiese mirado mal, y tiende sin vida al desgraciado marinero. Sobrecogido el capitán por ese acto salvaje e inhumano, suspende la escritura, pero Soto amartilla su pistola y apuntándole grita furioso que concluya de escribir la orden. El papel es conducido a la fragata y la noche se emplea en el trasbordo de su rico cargamento: sedas de la India, cajas de añil, muchas alhajas, relojes de todas clases y entre ellos un cronómetro, gran cantidad de piedras preciosas de todo tipo y colores, ropas de pasajeros y todo de cuanto valor hallaron fue conducido al bergantín. Pero como lo que más deseaban era dinero y no lo hallaron, suponiendo que lo habían ocultado en algún lugar, José de Santos hace salir al piloto de la bodega, le requiere y le amenaza para que lo descubra y como dice desconocer su existencia recibe un tiro del irritado pirata que le causa la muerte. Hace subir uno a uno a todos los encerrados y les requiere del mismo modo delante del cadáver, al no averiguar nada los hace encerrar de nuevo.

Pasaba ya de la media noche cuando Soto dio por concluido el asalto; manda subir al capitán del Topaz y haciéndole entender que se puede embarcar en el bote ordena a Freytas que le dispare, pero este falla el tiro y es el propio Soto el que dispara al capitán quien cae anegado en su propia sangre, gravemente herido se arrastra hasta la borda y se arroja al mar intentando ganar a nado la fragata, pero Soto grita a José de Santos para que remate al capitán y así lo hace de un disparo cuando este pugnaba por asirse al costado del buque, hace subir al resto de los marineros y estos conociendo ya su desventurada suerte, aprovechando un momento de tensión entre los piratas, optan por tirarse al mar, donde encontraron una más que segura muerte. 

Una vez transbordado todo el cargamento, Soto grita a Santos con la bocina que si ya ha concluido ya sabía lo que tenía que hacer, que se cumplieran sus órdenes. Esta era la señal para dar muerte a toda la tripulación, los desventurados marineros y pasajeros son sacados de la cámara, donde estaban encerrados, conducidos a proa, y a sangre fría, sin combate ni resistencia, como un rebaño de indefensos corderos, son asesinados vil y cobardemente a tiros, siendo los feroces monstruos de esta ejecución: José de Santos, Nicolás Fernández, María Guillermo Teto y el portugués Domingo Antonio. Perecieron en esta matanza de 20 a 24 personas según el testimonio de los mismos piratas. En ese estado Soto ordena a Francisco Goubin que se pase a la fragata para darle algunos barrenos, pero como al parecer un negro de la tripulación había conseguido esconderse y podía tapar los barrenos y salvar el buque, decide que se le prenda fuego, cosa que hacen, abandonando la fragata con los restos inertes de su tripulación; el espectáculo era espantoso, a los pocos minutos desarboló sus palos en medio de fuertes balanceos y fue consumida por la voracidad de las llamas. Sólo un marinero obtuvo gracia de Soto, a ruego de algunos por haberlos ayudado en el trasbordo de mercancías y por hablar alguna palabra en castellano, pero esta gracia no le fue de mucha duración y sólo consiguió, el desventurado, dilatar por algún tiempo su muerte. Mientras ardía el Topaz se presentó a su vista un buque de procedencia americana que al contemplar la escena se dio a la fuga no pudiendo ser alcanzado por los piratas aunque pusieron su empeño en perseguirlo.

Los asesinatos ordenados por Benito Soto no eran un efecto del resentimiento producido por la resistencia de las víctimas, ni la consecuencia de un combate aventurado; eran calculados y deliberados, a sangre fría, y con la dureza e insensibilidad propias de un hombre a quien el crimen le era habitual. 

Después del incendio del Topaz, pensó Benito que con el rico botín reunido del asalto de sus dos presas, tenían bastante para vivir licenciosamente durante largo tiempo y gozar del fruto de sus rapiñas, convocó sobre cubierta a todos sus secuaces y les dijo que su idea era dirigirse a la ría de Pontevedra, en cuyo puerto, con la ayuda de un tío suyo, sería fácil hacer el desembarco del botín bajo el aspecto de contrabando. Fue aprobado y aplaudido el proyecto, así que ordenó al piloto que pusiese rumbo a las costas españolas. Benito agregó que aquello era sin perjuicio de saquear a los buques que encontrasen en el camino y aumentar su botín.

El bergantín dirigió su rumbo a las islas Azores, en cuya derrota se mantuvieron sin grandes novedades, salvo el peligro de naufragio por acercarse demasiado a las grandes piedras que forman el bajo de San Pablo y al conato de sedición que se produjo, a consecuencia de lo cual fue pasado por las armas Francisco Caraballo. 

A los pocos días de este suceso avistaron un bergantín inglés, el Cessnock, en las cercanías de las islas de Cabo Verde, que venía cargado de ladrillos, tejas y pipas vacías, fue abordado con la misma violencia que los anteriores y por esta vez se contentaron con maltratar a golpes al capitán y tripulación, despojándole de las ropas, reloj y cantidad de víveres y otros efectos. 

Hallándose a la altura de las islas Canarias y como a los 8 o 10 días del anterior encuentro, avistaron otro buque inglés, el brick-barca Sumburg, que se dirigía a la isla de Santo Tomás, al que por los mismos reprobados medios, robaron, entre otros efectos, relojes, ropas, dineros, víveres y cuatro medias pipas de vino. 

Finalmente descubren y reconocen las islas Azores, que les sirvieron de abalizamiento en su larga derrota, y desde el archipiélago dirigen el rumbo hacia las costas de la Península Ibérica. A lo largo de la navegación se cambió varias veces la pintura del barco para evitar que fuese reconocido después de los asaltos, en unas ocasiones se pintó de negro, en otras de encarnado y en otras de amarillo. Aunque alguna versión de los piratas dice que únicamente se le pintó una faja blanca, para desfigurar su imagen, que se quitó antes de llegar a Pontevedra, dejando el bergantín como cuando salió de Río de Janeiro que era pintado de negro. 

A los pocos días, y siendo el 2 de abril, se presentó a su vista el Ermelinda, procedente de Río de Janeiro y que se dirigía a Oporto. Los piratas no quisieron dejar escapar esta nueva presa que suponían de importancia, pues la conocían al haberla visto fondeada en el puerto de Río de Janeiro. Se dirigen a ella a toda fuerza de vela, y al darle alcance enarbolaron la bandera francesa, que afirman con un disparo de cañón, sustituyendo instantes después este pabellón por el de Buenos Aires, el cual afianzó con otro cañonazo.

Desde este momento ya no les quedó duda a los indefensos tripulantes de la Ermelinda de la clase de buque y hombres con que se habían topado, se resignan a su triste suerte y se prestan a la más sumisa obediencia. Se trasladan en un bote el piloto y cuatro marineros al bergantín pirata, y son recibidos con los preliminares de costumbre, vejaciones, golpes, insultos y demás violentos preámbulos que aumentaron con mayores escarnios y malos tratos cuando comparecieron ante Soto, quien mandó encerrarlos en la bodega después de interrogarlos. Pasan al abordaje siete piratas y asaltan la fragata dando sablazos a diestro y siniestro, sin consideración de ningún tipo con los pobres tripulantes y pasajeros que fueron encerrados en la cámara y en el rancho de proa de la marinería, de donde los hicieron salir de uno en uno para inquirir de ellos el dinero, alhajas, y otros efectos de valor que pudiesen traer a bordo, después de lo cual fueron todos nuevamente encerrados.

Amontonan en cubierta lo despojado y lo trasladan al bergantín, causando al mismo tiempo daños y roturas de todo  lo que no les era de utilidad, destruyendo agujas náuticas, cartas hidrográficas, pipas de aguada, jarcia, vergas y cuantos utensilios hallaron sobre cubierta. Transportados todos los efectos al bergantín, permiten regresar al piloto y a los marineros a la fragata, y si se contuvieron de cometer iguales excesos que en las anteriores ocasiones, fue porque al estar tan próximos a las costas españolas les era más conveniente que los tomasen por corsarios y no por piratas.

Pasados dos o tres días de este encuentro y navegando ya en dirección de la costa de Galicia les sobrevino un durísimo temporal del S. O. en el que rindieron el mastelero de velacho, perdiendo además la gavia y el botalón de foque. Más de esta pérdida hallaron ocasión de resarcirse fácilmente con el saqueo del bergantín inglés New Prospect, ya sobre las costas españolas, al que despojaron, después de los ultrajes y golpes acostumbrados, de todas sus velas principales, el mastelero de velacho, dos juanetes, la caja de carpintero, ropas y otros pertrechos. Este fue el último buque saqueado por los piratas del Defensor de Pedro.

Avistan por último tierra, y reconocida la costa y ría de Pontevedra, dan  fondo en el sitio denominado Caballo de Bueu, siendo esto el día 10 de abril, llevando izada la bandera inglesa. Cuando se le aproxima un bote del resguardo a preguntar sobre el nombre, procedencia y cargamento del bergantín, Soto contesta en tono arrogante y zumbón, que se llama El Buen Jesús y las Ánimas, y venían del Norte de América con carga de habichuelas, frutos del país, pólvora y balas.

Entran en contacto con José Aboal, tío de Benito Soto, de profesión hombre de mar, siendo el encargado, junto con otros de los suyos, de intentar vender las mercancías. Se procede a descargar las de mayor valor en menor volumen, esto es: alhajas de oro y plata, piedras preciosas y otros objetos de gran precio, para cuya entrega vino a bordo de noche el referido tío de Soto con otro individuo cuyo nombre se desconoce, para trasladar sus tesoros desde el barco a tierra y buscar un escondite seguro, para ello se embarcaron en un bote el propio Benito Soto y cuatro de sus hombres, cargaron dos baúles y algunos fardos, con algunos loros y pájaros de Brasil y África,  y fueron llevados a casa de José Aboal. Grande debía ser su valor, pues varias personas de a bordo oyeron a Soto decir que con lo llevado a tierra había lo suficiente para que él y sus secuaces pasasen el resto de sus días con toda holgura.

Descargados los objetos de mayor valor en Pontevedra, deciden dirigirse al puerto de La Coruña, como buque procedente de Brasil con cargamento de café, sedas y otros tejidos, con el piloto Rodríguez suplantando al capitán Sousa Sarmento y con destino a las islas de Cabo Verde.

En la travesía se suscita en el ánimo de los principales cabecillas temores por la desconfianza que tenían de algunos de a bordo, por lo que Soto decidió eliminar a aquellos individuos cuya presencia juzgaba arriesgada para su seguridad, y así se le dio muerte a Juan el cocinero, al negro Joaquín y al infeliz marinero americano del Topaz a quien perdonaron la vida en un principio. 

El 26 de abril, a los ocho días de navegación, entran en el puerto de La Coruña con aspecto de buque desmantelado y maltrecho por el temporal, llevando izada la bandera imperial del Brasil. Dan fondo de las diez a las once de la mañana, presentándose la falúa de sanidad, en ella un personaje que se dice consigna­tario del bergantín de nombre D. Francisco Javier B., procedente y natural de Pontevedra. Verificase la descarga, siendo admitida, depositada y custodiada en la Real Aduana de La Coruña.

Reparado el bergantín de la fingida avería y descalabro, y terminados todos sus negocios, trataba Benito Soto de verificar la salida cuando el domingo, día 4 de mayo, se presentó a bordo el consignatario manifestándole en sus palabras muestras evidentes de saber la procedencia sospechosa del buque, ya criminal a sus ojos, y lo mucho que importaba dar la vela al momento y abandonar el puerto. 

Después de dar vela el bergantín con el aparente destino a Lisboa, anunció Soto que su verdadero objetivo era arribar en la plaza de Gibraltar, para dicho punto dijo llevaba letras de cambio, cuyo valor alcanzaba a veinticinco mil pesos fuertes y que allí daría a cada uno su parte de presa, con lo que además pudiera corresponderles por el producto de la venta del bergantín. A sus confidentes y allegados manifestó que con ese dinero volverían a La Coruña a recibir lo restante del cargamento que ya estaría consumado. Se cree que sus verdaderas intenciones era la de embarrancar en las costas de Berbería, abandonar allí a los portugueses y huir con sus principales cómplices, repartiéndose entre ellos todo el botín. 

En la noche del 9 de mayo creen reconocer el faro de Tarifa y Soto ordena dirigir el bergantín hacia la playa donde embarrancaron en la hora de la pleamar. Pero en lugar de la costa solitaria, donde pensaban encontrarse, lo hicieron en la playa de Santa María, en la isla de León, a menos de tres millas de Cádiz. El jefe superior de la provincia marítima dicta providencia para lo prevenido en estos casos por las Ordenanzas de Matrículas. Pasa una comisión de su juzgado a la playa con este objeto, se procede al examen del buque náufrago y tripulantes, y tras su sospechosa apariencia, dan por buena la versión de los piratas y son reputados por inocentes y absueltos, y el buque dado por su origen legítimo y legal. 

Durante seis días los piratas camparon a sus anchas por las calles de Cádiz, a pesar de la voz pública que, desde los primeros momentos, señaló a aquel buque y su tripulación de procedencia sospechosa. Cuando las sospechas de que podrían ser unos malhechores tenían más fundamento, despertó el celo y anticipó las indagaciones del Juzgado de Guerra y Extranjería que promovió al instante los comprobantes de aquella sospecha y la prisión de los delincuentes.

Aunque esa tardanza facilitó la fuga de cuatro de los principales criminales, entre ellos el del capitán pirata Benito Soto, quien logró embarcarse en Cádiz, con destino a Gibraltar, el mismo día en que eran detenidos sus compañeros.

Del resto de los piratas juzgados y sentenciados por las autoridades españolas en Cádiz, resultaron las siguientes sentencias:

El 11 de enero de 1830 a las 11.00 h. de la mañana fueron ahorcados en Cádiz:

Francisco Goubin - Joaquín Francisco - Pedro Antonio - Domingo Antonio - Nuño Pereira - Federico Lerendú.

El 12 de enero de 1830 a las 10:00 h. de la mañana fueron ahorcados en Cádiz:

Antonio de Laida  - Víctor Saint-Cyr Barbazán - Nicolás Fernández - María Guillermo Teto.      

El resto, condenados a diversas penas de presidio:

Manuel Antonio Rodríguez (10 años) - Cayetano Ferreira (8 años) - Manuel José de Freytas (6 años) - José Antonio Silva (6 años) - Antonio Joaquín (6 años) - Joaquín Palabra (Absuelto).

Solamente uno de los piratas que habían huido, José de Santos hombre de confianza de Soto, no fue encontrado y que se sepa no se encontró jamás.

Soto mandó asesinar a las tripulaciones de las fragatas Morning-Star y Topaz y dar a estas barrenos para no dejar vestigios de sus crímenes, además incendiar la nave americana. Había testigos que así lo constataron durante el proceso judicial, donde reconocieron a Benito Soto como el capitán del barco pirata que les abordó en alta mar, les robó sus mercancías y pertenencias, violó a las mujeres y asesinó a parte de los hombres, después los abandonó a su suerte.

Benito Soto consiguió huir y se embarcó en Cádiz con destino a Gibraltar, donde fue detenido y después juzgado por los tribunales ingleses. El juicio no había dejado lugar a dudas, se le condenó por actos de piratería a ser ahorcado y descuartizado, y que su cabeza fuese colocada en una escarpia en un paraje a orillas del mar, para público y general escarmiento.

Se demostró que fue Soto quien encabezó la rebelión y sublevación del bergantín, fue él quien dio muerte alevosa a su émulo y competidor Miguel Ferreira apodado Mercurio. Ordenó el asalto del buque inglés Morning-Star, del estadounidense Topaz, de los ingleses Cessnock y Sumburg, del portugués Ermelinda y del también inglés New Prospect. Dio orden de robarles, maltratarles, vejarles y consentir que se cometieran con ellos las más aborrecibles e infames tropelías.

Todos los delitos que se cometieron desde el motín fueron ordenados o dirigidos por Soto y ejecutados por su propia mano alguno de los más atroces. Además de la muerte de Miguel Ferreira, asesinó fríamente de un pistoletazo a un marinero de los cuatro que acompañaron al bergantín al capitán de la fragata americana Topaz, y del mismo modo hirió después de muerte al mencionado capitán. Ordenó los asesinatos del capitán y marineros de la Mornig-Star, que lo acompañaron al bergantín; el de Francisco Caraballo y después, en la travesía de Pontevedra a La Coruña, los de sus compañeros de sedición: Juan el cocinero, el negro Joaquín y el marinero americano del Topaz quien según los piratas Soto lo mató de un tiro. Pasan de 75 las vidas que ordenó quitar, actos de inaudita crueldad pues no hubo combates ni disputas, las víctimas se encontraban indefensas y rendidas.

A las nueve de la mañana del 25 de enero de 1830, cinco días después de haber sido juzgado, el reo fue conducido al lugar donde se había determinado tuviera lugar la ejecución. Caminaba lentamente detrás del carro que portaba su féretro, con un crucifijo en la mano y asistido por un sacerdote español, acompañado de una pequeña guardia.

El antiguo jefe de piratas, con aire de insolente altanería y feroz mirada, parecía no tener culpa alguna de que arrepentirse. Llegó al lugar donde se alzaba el patíbulo y con toda serenidad se subió a la carreta. El verdugo tomó la soga con sus manos y la situó alrededor de su cuello, incluso como había quedado algo corta, el reo no había tenido ningún reparo en subirse a su propio ataúd, situado en el mismo carromato, para facilitar el trabajo de colocarle su mortífero dogal. Cuando se dio la orden, el verdugo atizó al caballo separándose violentamente la carreta, el cuerpo de Benito Soto pendió de la soga con un brusco estremecimiento que duró más de lo habitual, pues esta había cedido y sus pies rozaban el suelo, alargando por lo tanto su agonía, tuvo que ahondarse el suelo a sus pies para que estos quedasen definitivamente suspendidos. Tras ello todo acabó, su cuerpo colgado y su alma a la eternidad de los infiernos. 

En todo el proceso del juicio contra Benito Soto y el resto de piratas, el cual plasmó en el libro “Los piratas del Defensor de Pedro. Extracto de las cau­sas y proceso formados contra los piratas del bergantín brasileño Defensor de Pedro”, escrito por el Capitán de Navío, Joaquín María Lazaga y Garay, en 1892, y de donde he extraído toda la información para este artículo; en ningún momento se menciona que el barco “El Defensor de Pedro” se le cambiase el nombre por el de “La Burla Negra” ni que ondease bandera pirata alguna. Parece ser que fue la propia prensa inglesa de la época quien, en una confusión o ante el desconocimiento del verdadero nombre del barco, pasó a denominarle “Black Joke” (Broma Negra), como a otros navíos de esas características a lo largo de la historia.

El escritor inglés Philip Gosse (1879-1959) escribió cuatro volúmenes sobre piratas, el último de ellos, “The History of Piracy” (Historia de la Pirate­ría), escrito en 1932, es un compendio de todo su saber sobre el tema, aunque cuando menciona a Benito Soto aporta datos incorrectos, afirmando que nació en La Coruña, y es él, o al menos así lo creo, el primero que menciona que al “De­fensor de Pedro” los propios piratas le cambiaron el nombre por el de Black Joke (Broma o Burla Negra), suponemos que recabando la información aparecida en su momento en la prensa británica.

Bastantes años antes, en 1859, el escritor Alejandro Benisia y Fernández de la Somera escribe otra novela: El Milano de los Mares, donde narra, de forma muy novelada, las aven­turas de estos despiadados piratas.

Y es en 1955, cuando José María Castro­viejo, quien tomando como base este lamentable suceso, escribe un libro, “La Burla Negra”, y en el capítulo XV, pág. 76, es donde se menciona que después de asaltar el primer barco, la fragata “Morning Star”: “Saint-Cyr de Barbazán propuso entonces que se cambiara el nombre del barco y se le llamara de allí en adelante La Burla Negra. La proposición fue aceptada.”

Por consiguiente, visto el relato de los acontecimientos y los testimonios de los testigos, debemos considerar que lo que en un principio se trató de una confusión o pura invención narrativa de la prensa inglesa, fue seguida posteriormente por escritores e investigadores al beber de esas fuentes que no se ajustaban a los hechos reales. 

Benito Soto fue un despiadado y cruel pirata, un personaje aborrecible y que nadie en Pontevedra debería de sentirse orgulloso de que hubiese nacido aquí. Nunca su barco se llamó Burla Negra, ni hondeó la bandera negra ni ninguna otra bandera pirata, tampoco se inspiró en él ni en sus andanzas José de Espronceda, ya que era contemporáneo del pirata y en ese momento sus fechorías eran reprobadas por la ciudadanía y no se veía en él pirata romántico alguno, sino un cruel asesino, un pirata con toda la fuerza da la palabra. Ni siquiera el celebérrimo tanguillo de “Los duros antiguos” del Tío de la Tiza tiene nada que ver con este infame pirata.

Era simple y llanamente un pirata, y como todo pirata, cruel y sanguinario, sin más doblez.

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