Existen diversas versiones sobre este acontecimiento y si bien
varía la historia, el final es el mismo. El hecho nos narra como un miembro de
la familia de los Aldao, Hernán o Nuño (hay discrepancias) Pérez de Aldao, se convierte
en el fundador del apellido Maldonado y toma por armas nobiliarias las que el
rey de Francia le concedió (cinco flores de lis colocadas en sotuer).
Don Hernán Pérez de Aldao se encontraba
gravemente enfermo y se encomendó a la virgen, prometiendo visitarla si le
devolvía la salud. Apenas mejoró un tanto, se puso en camino desde Galicia
hacia las ásperas montañas de Cataluña. Con el cansancio y las molestias de tan
largo viaje se recrudeció su dolencia, por lo que al llegar fue preciso ponerle
una cama en uno de los ángulos de la iglesia para que pudiera hacer la novena
que había ofrecido. Llegada la fiesta de la Natividad de la Virgen, el 8 de
septiembre, se llenó por completo el templo de fieles deseosos de presenciar
las ceremonias litúrgicas. Uno de los peregrinos, llamado Guillermo, Duque de
Normandía, sobrino del rey Felipe de Francia, no hallando otro lugar más
despejado de gentes en toda la iglesia que aquel donde estaba la cama del
mencionado don Hernán o Nuño Pérez de Aldao, se permitió la libertad de ponerse
de pie en ella para ver mejor las ceremonias, agraviado don Hernán, tanto por
la molestia que le causaba el Duque como por su falta de atención, le dijo:
“- Os ruego, en cortesía, caballero, busquéis otro sitio
en que mejor podáis estar, que vuestros pies me incomodan”
A lo que contestó el Duque Guillermo
con altanería:
“- No te incomodarían si supieses quien soy. “
Replicándole el enfermo:
“- Tu también, si me conocieses, me
harías más cortesía.”
Pero, lejos de ceder, volvió a
contestarle el Duque:
“-No me des ocasión para que ponga los pies de modo que
los sientas.”
Estas palabras acabaron de agraviar al
de Aldao, y lleno de indignación, replicó al Duque:
“-Prometo que si esta Señora, a cuya devoción vine, me
escapa de lo que padezco, iré a tomar enmienda de la injuria recibida en su
casa.”
Pero escarneciendo el Duque la
amenaza, la desechó riéndose.
Sanó el de Aldao y convocó a sus más
principales parientes, manifestándoles su desafío y queja. Todos ofrecieron
asistirle, arriesgando sus vidas y gastando sus haciendas, y acordaron dar
cuenta al rey don Alonso, que se hallaba en Burgos, a donde fueron a pedir
amparo.
Enterado su Majestad ofreció su favor, enviándolo
como embajador ante el rey de Francia, para que le asegurase que Hernán Pérez
de Aldao era tan principal caballero, que podía desafiar a otro cualquiera de
los de Francia, sin exceptuar ninguno por preeminente que fuese, y que bajo su
amparo no permitiese se le hiciera superchería.
Fue recibido Hernán y sus parientes con
benigno agrado del rey Felipe, y reunidos los Grandes de Francia se refirió el
suceso. El Duque Guillermo pidió perdón, mas Hernán propuso se postrase, en
castigo de su ignorancia, y consintiera le pusiese los pies encima. El Duque no
consintió y Hernán suplicó al rey terminase su querella por desafío, señalando
armas y día, y asegurando el campo, pues era extranjero y estaba en su reino. El
rey guardó justicia.
Llegó el día señalado y ambos
caballeros concurrieron en sus caballos a la brida, con arneses blancos, lanzas
de armas, porras, espadas y dagas, usando por timbre Hernán Pérez de Aldao el
lema Ave María y llevando en su escudo las armas de Aldao, que eran dos lobos
de púrpura en campo dorado.
Puestos así en la estacada, se
arremetieron rompiendo lanzas, por lo que usaron las porras, dándose recios
golpes, de los que salió herido en la cabeza el Duque, que cayó al suelo. Saltó
entonces Hernán de su caballo, a desenlazarle el yelmo para cortarle la cabeza,
a cuyo tiempo el rey arrojó el cetro, y los fieles del campo se interpusieron
para estorbarlo, de lo que dio Hernán quejas a su Majestad.
El rey le dijo a don Hernán que bastaba
lo hecho, que si el Duque moría quedaba vengado y si sanaba del golpe en la
cabeza, el rey quedaba obligado a darle satisfacción a su agrado. Mejorado el
Duque, pidió Hernán el cumplimiento de lo prometido, y se le dijo pidiese lo
que quisiera. Juntos los altos hombres de la Corte y ratificado el rey en su
ofrecimiento por tres veces, dijo Hernán:
“- Señor, te pido que como traes tres flores de lis por
armas, me otorgues para que yo pueda tener cinco”.
Le disgustó al rey Felipe la
pretensión, y le ofreció en cambio riquezas y otras mercedes, pero el de Aldao
contestó que no había ido a Francia por riquezas, sino por su honor, y que de
no cumplir el rey su promesa, se volvería quejoso, no ya del Duque, sino del
mismo Monarca. El rey le contestó:
“- Yo te las doy, si bien, mal donadas, es decir, contra
mi voluntad.”
Desde
entonces Hernán Pérez de Aldao llevó como sobrenombre el de Maldonado,
tomándolo sus deudos de la frase del rey Felipe, “maldonadas”, y comenzó a
lucir por armas las cinco flores de lis. Sus descendientes conservaron el
apellido Aldao y el sobrenombre de Maldonado y, este, en diversas ramas de esta
familia de origen gallego terminó por prevalecer.
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