Si hay un monumento fuertemente enraizado en nuestra tierra y en nuestra cultura, ese es el “cruceiro”, una de las manifestaciones más genuinas y ricas de la arquitectura popular gallega
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Desde los inicios del cristianismo se buscó una sacralización de los lugares de culto pagano o sospechosos de ello. Con ese objetivo se colocaron cruces sobre piedras con alguna simbología mágica, como sucedió con menhires, petroglifos o piedras significativas como miliarios romanos y sobre todo en los cruces de caminos “encrucilladas”. La cruz, la espina dorsal del cristianismo, elemento purificador y protector contra poderes extraños. De ahí su ubicación en las plazas de los pueblos, como salvaguarda de las gentes.
De los cruceiros que podemos contemplar en nuestra Zona Monumental, la mayoría no fueron destinados para ese emplazamiento en su origen, a excepción del de la calle de la Galera. Así el de la plaza de la Leña proviene de Caldas de Reyes; el de las Cinco Calles, de Estribela; el de Santa. María (plaza de Fonseca), del Burgo; el del Campillo, del paseo de Santa. María (ant. Lampán dos Xudeos); el de la plaza del Parador, se desconoce pero se ubicó ahí a mediados del siglo XX y parece ser que la virgen no es original, pues hay diferencia con la talla del Cristo; y el de las Ruinas de Santo. Domingo, del atrio del antiguo templo de S. Bartolomé.
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