"INVICTUS"
En la noche que me envuelve
negra como un pozo sin fondo,
doy gracias a los dioses que pudieran existir

por mi alma invicta.
En las azarosas garras de las circunstancias
nunca me he lamentado ni gemido.
Sometido a los golpes del destino
mi cabeza está ensangrentada, pero erguida.
Más allá de este lugar de ira y lágrimas
donde yace el Horror de la Sombra,
la amenaza de los años
me halla y me hallará, sin temor.
No importa cuán largo haya sido el camino,
cuán cargada de castigos la sentencia,
soy el amo de mi destino;
soy el capitán de mi alma.
William Ernest Henley (1849-1903)

En 1911, tuvo lugar un acontecimiento que marcó un hito en las conquistas del hombre, el explorador noruego Roald Amundsen (1872-1928), realizaba su expedición a la Antártida y alcanzó por primera vez el Polo Sur. Su rival fue el británico Robert Falcon Scott (1868-1912), capitán de la Royal Navy, que llegó al Polo Sur sólo un mes después que Amundsen, pero ni él ni los demás miembros de su expedición, consiguieron sobrevivir en el viaje de regreso.
Scott, nacido en Davenport, logró ingresar a los trece años en la Real Armada Británica. Cinco años más tarde, en 1886, entró a formar parte de la escuadra de las Indias Occidentales, que se encontraba al mando del famoso explorador ártico Albert Hasting Markham. En 1899, Sir Clement Markham, presidente de la Royal Geographical Society de Londres, organizó una importante expedición a la Antártida y eligió a Scott para dirigirla, éste reunía las cualidades necesarias para una empresa de semejante envergadura: era un buen científico y un excelente oficial. Scott acepta dirigir la National Anthartic Expedition a bordo del RRS Discovery que comenzaría en 1900 y coloca un anuncio en el periódico que decía así:
Scott se obsesionó luego con la idea de alcanzar el Polo Sur, consideraba que era de vital importancia ser el primero, más allá de motivos personales, lo motivaba el honor para su país.
A comienzos de 1905, Scott inició una campaña con el objeto de recabar fondos para una segunda aventura expedicionaria al Polo Sur. Finalmente, se hizo con los servicios del buque Terranova y experimentó con los primeros vehículos motorizados para la nieve. Desechó la idea de utilizar perros para tirar de los trineos, prefiriendo el empleo de potros siberianos, a los que erróneamente creía mejor preparados para la nieve y las bajas temperaturas. En caso de muerte, pensaba, los animales servirían para alimentar a la expedición. Esta equivocada apreciación iba a ser una de las causas del trágico final de la aventura.
Cuando Scott llegó al Polo Sur, el 18 de enero de 1912, descubrió que Amundsen lo había logrado un mes antes. Amundsen dejó una bandera noruega, una tienda negra y una carta para Scott. La carta decía lo siguiente:
La planificación de la expedición fue el factor que marcó la diferencia, eso contribuyó a que Scott fracasara dramáticamente y Amundsen lograse el éxito. Amundsen utilizó para transportarse cuatro trineos y perros de raza groenlandesa, todos los perros estaban magníficamente adiestrados y Amundsen y sus hombres los controlaban a la perfección. Amundsen sacrificó a algunos de estos animales antes de llegar al Polo Sur y reservó su carne para el viaje de regreso, así disminuía la carga que se debía de transportar y garantizaba la alimentación de los perros supervivientes.

La expedición de Amundsen tenía, además, mejor equipamiento, ropa de más abrigo y mejores alimentos y aprendió técnicas de supervivencia de los indígenas de los climas árticos, algo que no hizo Scott, quien se limitó a seguir las indicaciones y consejos de sus predecesores en el Ártico y de sus superiores de la Royal Navy, quienes no quisieron o no supieron aprender demasiado de los inuit.
Exhaustos, hambrientos y con terribles congelaciones, desmoralizados por el fracaso de no ser los primeros y con la completa seguridad de que no resistirían la travesía, Wilson, Evans, Scott, Oates y Bowers, emprendieron el viaje de retorno, pero jamás regresaron, tuvieron que soportar un frío extremo en su camino de vuelta, las nevadas intensas e incesantes y los terribles vientos. El primer miembro de la expedición de Scott que murió fue Evans, se encontraba lastimado tras una caída que lo había dejado malherido. Poco después falleció el capitán Lawrence Oates, quien padecía horribles congelaciones, gangrena incluso, una vieja herida de guerra reabierta y hasta parece que escorbuto, había perdido la movilidad de un pie por la congelación, lo que obligó a sus compañeros a llevarlo a cuestas. Oates, pidió a sus compañeros que lo abandonasen, pero ellos se negaron rotundamente. Comprendiendo que era una carga para los demás, abandonó la tienda en medio de una terrible ventisca y a 43 grados bajo cero, decidió salir al inmisericorde exterior para dejar de ser una carga para sus compañeros y brindarles una posibilidad de supervivencia. Lo hizo con entereza y con un aparente desapego, como quintaesencia del heroísmo británico, pronunciando una célebre frase que lo convertiría en héroe: “Voy a salir y puede que tarde un rato”.

El 12 de noviembre de 1912, se encontraron los cadáveres de los tres miembros de la expedición en su tienda. Bowers estaba envuelto en su saco y Wilson tenía las manos cruzadas sobre el pecho, parecía que ambos murieron mientras dormían. Scott tenía medio cuerpo fuera del saco y uno de sus brazos extendido hacia Wilson, había sido el último en morir. Junto a sus restos mortales se encontraron sus diarios. En el diario de Scott se podía leer:




